Saludos, Ciudad de Panamá

 

Doña quinto centenario, cumples años en el mes de agosto.  SALUDOS, CIUDAD DE Panamá; que hermosa te has puesto, pero ¿Cuántas cosas se han ido quedando en el camino para poder llegar a lo que hoy eres?  Desde luego que muchos; por eso hoy deseo compartir con ustedes y motivados por escuchar el tango “Las Casas Viejas” y que hoy de manera retrospectiva, tiene muchísima actualidad.

¿Recuerdas, hermosa sultana del pacífico, las casas que le daban prestigio a tu nombre?  El Panazone, La Casa Miller, La Boyacá, La Pollera y tantas otras que te ofrecieron su nombre y que al igual que tantas casas viejas, de pronto “llegó el motor y en su rugir, avisa que hay que partir y se fueron igual que la bruma ante la luz”.

Pero hay una que por ser un sitio obligado de visita, merece que se haga un réquiem en su memoria.

Si, mi hermosa sultana, hoy deseo recordar contigo al viejo Mercado Público; sí, aquel que se ubicara en donde hoy construyeron una linda plaza y estacionamientos que son la entrada al Caso Antiguo.

Recuerda señora que el mercado estaba rodeado de cantinas, que para algunos eran icónicas: La Chucu Chucu, La Bocatoreña, El Trocadero y muchas otras de “dudosa reputación”, como decían los de Panamá adentro.

El Mercado Público que derrumbaron, no fue el primer mercado, ya que el primero era una gran casa con pilotes de cemento y techo de zinc, cuyas divisiones y resto de estructuras eran de madera (todo en una sola planta) y en una esquina se encontraba un gran local para fondas con largas mesas de madera.

Este era un sitio obligado en días domingos y festivos, tanto para los de Panamá adentro, como los de Santa Ana y lugares aledaños.  Aquí deseo hacer un paréntesis.

Estando en La Habana asistí a una gala de conmemoración de sus 500 años que también celebran este año; y en un segmento de sus carnavales, salían las comparsas cantando una conga que recordé cuando niño, habérsela escuchado a una tía en carnavales: “tun tun quien va, yo no se quién es; tun tun quien va, yo no se quién es – es tu marido no le abras la puerta, porque si me encuentra nos mata a los dos; como no nos mata a los dos.  Esto acompañado con una batería de tambores y faroles, pues así mismo sonaban acá las comparsas que bajaban a desayunar al mercado o también después del entierro de la sardina me contaba mi tía, que cantaban: vamos a buscar cenizas, a la Catedral, cenizas porque en las Mercedes, ceniza no las quieren dar, ceniza (bis).

Esto se perdió con el nuevo mercado que se construyó en la década del 90 y que fue una estructura de dos pisos con más higiene, mejor distribuido, pero igual de popular.

El mercado se ubicaba de espaldas al mar (Terraplen) al final de la calle Salsipuedes.  En su parte frontal con una amplia acera, daba cabida a varias docenas de billeteras, donde a diario se arremolinaban ludópatas y jubilados a comprar lotería bajo el malsano método del chance casado.

A mano izquierda, antes de entrar a los cubículos o puestos donde se vendían los quesos nacionales, se colocaban dos señoras que vendían morcillas.  Una afrodescendiente que vendía “bude” o morcilla de “chombos”.  Estas se mantenían en un balde con agua, eran dulzonas y con picante.  Las otras eran la conocidas hasta hoy día y las tenían fritas o recién cocidas.  Casi era un punto de encuentro.

Al final de la entrada en la mano derecha, camino hacia el muelle fiscal, estaba el puesto de venta de las “rebaladeras” o resbaladeras, ambos nombres se utilizaban.  Este era el único lugar donde vendían este apreciado refresco.

El largo frente del mercado, daba acceso a varias entradas con muchos cubículos de comida seca, menestras, rabito y trompa salada y además “bacalao” noruego, todo a la vista del cliente.

La segunda parte la componían el sector de carnes y en esta sección podrías encontrar las carnes que hoy día ves en el mercado de San Felipe, pero además te ofrecían: carne y huesos ya salados y también ahumados, carne de monte como venado, conejo, saíno y a veces armadillo.

En la parte lateral del mercado, casi llegando al final, usted podía comprar pericos, loros y varias clases de pájaros, pero además se ofrecían en temporadas, iguanas vivas y tiras de huevos cocidos y secos al sol.

A escribir esta casi crónica, le pedía algunos datos a un amigo que tiene negocios en el actual mercado de San Felipe y como una colaboración le pidieron que mencionara al Chino Federico. ¡Lógico! Yo pregunté, quien es Federico? A lo que añadieron: Federico era un chino venido de Bocas del Toro y fue el primero en todo el mercado, en vender especias en sobrecitos que costaban 0.05 centavos.  El chino Federico sobrevivió así a la pobreza y al desarrollo hasta que solo y pobre, igual que las casas viejas, le tocó partir y el Alcalde Blandón tuvo que enterrarlo y así Federico se apagó y se esfuma ante la luz.

No hemos hablado de la parte de los mariscos.  Sabían ustedes que en la parte final con orificios que daban al mar existía un cuarto para destazar grandes peces como bagres y meros de más de 100 libras y se sacrificaban las enormes tortugas para ofrecer su carne a los parroquianos?

Cuántas otras cosa ya se perdieron o anidad en la memoria de algunos citadinos que las vivieron.

¡Si! Mi hermosa sultana del pacífico, no todos tenemos tu suerte de renovarte con los años y ya son 500.

Tu nuevo mercado que aún no se inaugura, se parecerá mucho a los mercados europeos y será precioso, pero no siempre fue así, pero en unos años quién recordará a Federico, al vendedor de morcillas o simplemente al viejo primer Mercado Público de San Felipe y el refresco de resbaladera sólo será un chiste.

Mientras tú seguirás siendo más hermosa y leal ciudad de Panamá.