Encuentro con los Duendes

Serían las 11 de la mañana y el calor empezaba a arreciar en Cabuya y crucé la calle para sentarme en el gran y legendario árbol de mango que identifica al pueblo.

Me extrañó mucho que en un fin de semana solo estuviera una persona sentada bajo el frondoso árbol.

Después de saludarlo me preguntó si todavía viajaba a Colón y le digo, fíjate que sí, aunque ya voy poco porque ir por corredor me sale algo caro.

Como es ese corredor me pregunto Arón, yo nunca he estado por allá; no tiene nada de espectacular.  Una carretera más, un poco solitaria y fíjate que me dijeron la semana pasada que salen duendes cuando uno transita de noche por allí.  ¿Sí? ¿Y eso cómo es? Me dijo una señora que venía a las 4:30 de la madrugada y que un niño rubio la cruzó enfrente y se internó en el bosque.  ¿Te puedes imaginar?

Bueno Felipe, si ella dice que lo vio, cuidado y así fue.  ¿Tú crees eso Arón?  Mira, te voy a contar algo que no le he contado a nadie.

Yo tendría 14 años y mi tío me empezó a llamar para mandarme a hacer un mandado.  No me localizaba porque estaba un poco lejos cazando pájaros con mi biombo y cuando por fin llegué, me preguntó dónde andaba.  Le contesté que tratando de cazar unos pájaros que habían llegado por el camino del pozo.  Qué pájaros son esos si yo te he estado gritando.  Eran dos pajaritos que hacían un ruido raro; el macho era carato y con una moñita en la cabeza y la hembra era chocolate con unas plumitas negras.

Mire, me dijo mi tío, esos pájaros jamás se matan y que yo no lo vea tirándole nada.  ¿Entendido?  Si tío respondí.  Mire, lleve a su primo Javi a casa de su padrino que él es sastre y le va a hacer unos pantalones, porque este año ya va para la escuela; vas lo llevas y regresas. 

Yo partí con mi primo que tenía 6 años.  Debíamos cruzar la quebrada Cabuya y seguir hasta el caserío “del Cristo” donde vivía el sastre.

Ya era la media tarde cuando llegamos a la Quebrada Cabuya, aunque era verano, la quebrada tenía mucha agua y en la parte de arriba del pasadero había un buen charco, donde todos los muchachos solíamos bañarnos.  Había una gran roca de donde nos tirábamos y alrededor había frondosos árboles de guabitos de río y varios arbolitos de madroño.

El agua fresca de la corriente me mojaba los pies hasta los tobillos y aproveché para lavármelos y gozar un poco de la frescura de esa corriente.  En ese momento el niño se volvió hacia mí y me dice ¡Mira los niños cómo juegan y me están llamando¡, puedo ir un ratito? Qué niños respondí yo.  Aquí no hay nadie.  Si mira se están tirando de la piedra y dicen que vaya.

Te digo Felipe, no había nadie y no se escuchaba ningún ruido y de los pies a la cabeza me fue subiendo un frío y todo el cuerpo se me erizó.  Yo agarré al niño por una mano y sin decir nada, salí de la corriente y apuré el paso, hasta llegar a la casa del sastre.

Al llegar allá el señor me vio lo alterado que yo estaba y al preguntar qué me ocurría, le conté todo lo ocurrido en la quebrada.  El señor me puso la mano en el hombro y me dijo, venga, vamos allá afuera.  Ya sentados en un banco y habiendo tomado una totuma con agua me dice: Mire, lo que vio mi ahijado en la quebrada eran duendes y en este tiempo siempre salen, es raro que tu no los vieras; y qué es de mi compadre.  Está bien, se puso bravo porque yo le tiré piedra a unos pajaritos.  Señor, qué pájaros eran.  Yo le conté cómo eran los pájaros que pretendía matar y me dice.  Sabes, esos pájaros se llaman “chorotecas brujas” y aparecen muy raramente en los caminos, brincando entre los bejucos y a baja altura y su misión es avisar a las personas, algún incidente extraño que le va a ocurrir.  Ellos le estaban avisando de los duendes en la quebrada.  Es por eso que nadie les debe hacer nada; ellos se relacionan con todas esas cosas raras.

Ya con más confianza y además más tranquilo, le pregunto, señor y ¿que son los duendes?

Mire, cuando un niño muere sin ser bautizado, queda en lo que se llama el limbo y quedan vagando por toda la tierra y buscan otros niños para jugar con ellos y de ser posible, causarles un accidente para a través de él subir al cielo con los otros ya que los niños que mueren y ya han sido bautizados son los querubines.

Gracias, señor por la conversa, pero ahora yo tengo que regresar y pasar por la quebrada otra vez.  No te preocupes que, desde acá, yo te resguardo.  Anda sin miedo y recuerda, nunca maltrates ni mates a las “chorotecas brujas” porque uno no sabe lo que pueda ocurrir.

Emprendí mi camino de regreso con un poco de mas confianza por las explicaciones recibidas y ya llegando a la quebrada, pero sin todavía divisarla escuche ruidos y jolgorio en el charco y me dije, “por lo menos estaré acompañado” y seguí; cual seria mi asombro cuando llegue a la quebrada y no encuentro a nadie en ella y todas las aguas tranquilas. Al meter los pies dentro del agua, nuevamente sentí el agua muy fría y con un frio que me subía por las piernas hacia todo el cuerpo. No corrí, pero caminé tan rápido como pude hasta alejarme de la quebrada.

Arón terminó su historia y me dice: Bueno Felipe, yo no vi a los duendes, pero el niño que iba conmigo si y además sentí su presencia.