Vacaciones de Medio Año
La tía Matea era una campesina como la mayoría de las mujeres del campo. Analfabeta, trabajadora sin tiempo y con un exacerbado respeto por las cosas de la religión y la iglesia, aunque en el pueblo apenas levantaban las paredes de la futura capilla.
Se levantaba a las 5:00 a.m. y desde entonces no paraba hasta las 6:00 de la tarde, pero entre todo el trajín diario sabía sacar el tiempo para esperar a la comadre Luisa para rezar el rosario.
Era el mes de septiembre y de Panamá le enviaban un sobrino para que pasara las vacaciones escolares de medio año en compañía de otro sobrino que le tocaba criar, mientras la madre trabajaba en “casa de familia” en la capital.
Casiano, como desdichadamente se llamaba el muchacho, casi que no sentía diferencia entre tiempo escolar y vacaciones, ya que como dice el dicho: “en casa del pobre hasta el feto trabaja”. Aun así, disfrutaba mucho la venida del primo porque por unos días tendría compañía y complicidad para todas las correrías que alcanzaran a emprender.
Hoy, el día era especial y había que trabajar rápido, para estar desocupado en la prima noche, porque ya había llegado el carro de la “cefalina”. Era un pueblo donde a duras penas entraba una “chiva” diaria, cuando la quebrada grande permitía que entrara un carro a vender medicamentos desde Tiro Seguro para las lombrices, hasta lo último en medicamentos que se llamaba Alka-Seltzer y pasando por la cefalina que eran las pastillas que daban origen al nombre del carromato.
Esta noche proyectarán en la pared de la incipiente capilla, una película del Gordo y el Flaco y aunque sea la misma del mes pasado y se parta a mitad del evento y tengan que esperar el empate, bien vale la pena. Estará toda la muchachera del pueblo reunida en un solo punto y distribuirán muestras de pastilla y otros medicamentos y habrá vida nocturna en Cabuya, aunque sea por poco tiempo.
La tarde avanzaba con prisa y la comadre Luisa llegaba puntual a rezar el rosario y tía Matea suspendió rápido los quehaceres y dieron inicio a las oraciones.
Por la señal de la santa cruz…; Padre nuestro que estas en el cielo santificado sea tu nombre, ven a nosotros tu reino, Casiano, busca la leña; hágase tu voluntad, Casiano recuerda que los plátanos son a medio; así en la tierra como en el cielo. Santa María madre de Dios, ruega por nosotros los pecadores, Casiano, si te dicen Casículo, miéntales la madre; ahora y en la hora de nuestra muerte, Amén.
Dios te salve María llena eres de gracia, bendita tu eres –sale perro no te cagues- entre todas las mujeres y bendito es el fruto…etc, etc y así, a Dios rezando y con el mazo dando, las dos mujeres terminaban el santo rosario de todos los días.
Al día siguiente, pasado el mediodía, los dos primos querían ir al río y Casiano pidió permiso a la tía so pretexto de acompañar al primo que estaba de visita. La tía le dio el permiso no sin antes hacer las advertencias de rigor. Vayan y no se demoren. Y me hace el favor de no estar metiéndose a los potreros ajenos, que usted no tiene ganado para que esté buscando yeguas por esos lugares.
Los dos muchachos marcharon rápido, camino al rio donde ya deberían estar el resto de los amigos, bañándose en el Chiflón, que era el charco de invierno, ya que en verano se bañaban en el charco “El Cristo”.
Cuando iban por el camino, Casiano le cuenta al primo: mi tía ya me tiene agobiado, no me da chance de nada y desde la mañana estoy haciendo oficio. Lo primero que tengo que hacer, es botarle los miaos y lavarle la “bacenilla” donde mea todas las noches y a partir de allí no paró todo el día; a veces quisiera irme para no verla más.
El primo, conocedor de más mundo, se quedó pensando y le dice: tranquilo, yo sé cómo te vas a vengar, vamos a esperar la noche.
No se habló más del asunto y llegando al Raspo alcanzaron al resto de la gallada que entre chistes y gritos se dirigían hacia el río. El Chiflón era la parte angosta de la corriente y que en invierno se hacía más profunda y turbulenta, presentándoles más resistencia a los bañistas, cosa que agradaba a todos los muchachos.
Pronto el charco se vio colmado de nadadores, que con grandes gritos se lanzaban desde el barranco para luchar con la corriente y llegar a la otra orilla. Absolutamente todos se bañaban desnudos, nadie tenía recursos para comprar “vestido de baño”, pero tampoco existía pudor. Estar en cuero era lo más natural, salvo que alguno descubriera que empezaban a aparecerle vellos púbicos. “Esos si era todo una noticia que había que compartir. Ya se estaba haciendo hombre.
Entre risas y gritos transcurrió el tiempo y la muchachada emprendió luego el camino de regreso a sus casas, con la esperanza de repetir mañana la misma odisea.
Ya en casa, los primos se dispusieron, manos a la obra para preparar su venganza.
Mientras Casiano se ocupaba de algún encargo de la tía Matea, el primo entró al cuarto, sacó de un pantalón un par de Alka-Seltzer que le habían regalado; las abrió, sacó y las colocó en el fondo de la “bacenilla” de la tía Matea y luego salió como si nada.
La noche fue cubriendo con su denso manto todo el entorno y apenas se veía la luz de los mechones que parpadeaban en cada rancho. Este era el único momento en que la tía Matea se sentaba y a la luz del mechón, contaba anécdotas, programaba el día siguiente, se tomaba un sorbo de café y luego todos a dormir. Mientras, afuera en la negra espesura parecía que las estrellas se desmoronaban y caían sobre el caserío; era por el nutrido titilar de las luciérnagas que aparecían justo en esta época del año.
Los dos mozalbetes cayeron a la cama y casi de una vez quedaron como un roca y ni cuenta se dieron cuando ya entrada la madrugada, la tía Matea armó un estropicio cuando por su incontinencia urinaria se levantó, se sentó en su “bacenilla” y al orinar estaba orinando cerveza por el gran espumarajo que se hacía en la “bacenilla”.
El susto fue tal, que no volvió a orinar en toda la noche y al día siguiente se paró más temprano que de costumbre, cargó agua, se bañó y ya arreglada esperó a que la comadre se levantara para pedirle prestado el caballo porque tenía que ir urgente a San Carlos.
Y qué le ocurre comadre? ¡Ay! coma, hace tiempo no me estoy sintiendo muy bien de los riñones y lo que me pasó anoche no es nada bueno, así que voy a donde el curandero de San Carlos; si tuviera plata me iría hasta Antón donde el maestro Elías, pero bueno, voy a San Carlos.
Recuerdo comadre que a él hay que llevarle los orines en un frasco, para que le diga bien dónde está el mal o si es mal de ojo. Si coma, ya lo llevo.
La tía emprendió su viaje hasta San Carlos y regresó entrada la tarde y sin chistar palabra, todo siguió normal.
Los días se sucedieron unos a otros, tan cortos como un instante y como pasan todas las cosas buenas. Pasaron los días de vacaciones y con mucha nostalgia despidieron al primo que regresaba a la escuela, mientras Casiano volvía a su rutina y en la soledad del campo, repasaba los momentos felices que pasó con su primo.
La tía nunca hizo un comentario de lo que le dijo el curandero, pero lo cierto fue que nunca más permitió que le botaran sus orines, ni le lavaran la “bacenilla”.
Casiano sonreído pensaba. Mi primo si sabe, por algo está en Panamá; si yo pudiera ir con él a la ciudad.
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