El Entierro de los Querubines

 

El 1 de noviembre igual que en todos los pueblos del país, la gente se agolpa en los cementerios a limpiar y pintar la tumba de algún familiar.  Cabuya no es la excepción y este año entre los asistentes estaba yo limpiando la tumba de mi abuelo.

 

Trepado en esa mole de granito me detuve a contemplar lo peculiar de las creencias de los pueblos. 

 

El cementerio de Cabuya estaba dividido en 2 grandes parcelas.  La de adelante que era exclusivamente para los niños y la de atrás, destinada a los mayores.

 

Siempre me llamó la atención esto pero entendí que se trataba de tiempos muy difíciles cuando la mortalidad infantil en el país era muy alta.

Años más tarde una de mis hermanas cantaba en una agrupación folklórica llamada Ritmos de Panamá dirigido por la profesora Petita Escobar y el profesor Luis Vergara y escuche que la profesora Escobar le había comentado que en Cabuya de Chane había una tradición folclórica conocida como “Entierro de los Angelitos”, donde a los infantes se les enterraba acompañados de música de violines, churuca y maraquitas.

 

Con esta información sacada de mi “disco duro” y que nunca vi, ni escuché comentar en el pueblo, me di a la tarea de investigar con los mayores, hasta que di con el amigo Félix Torres (Félix babillo) que me dijo que él tenía las últimas maraquitas que se utilizaron, ya que estos “tocadores” también las utilizaban para buscar un santo al que las personas pagaban “una manda” o sacaban un cristito para visitar caseríos y recaudar limosnas para el Santo Cristo de Chame.

 

Que buena oportunidad me tocó para el museo que estamos programando, ya que Félix me dijo: yo te voy a entregar las maraquitas, pero las buscamos ya y solo costó un poco de labia y media  botella de seco en un día de ley seca por ser día de los difuntos.

 

Estaba de suerte ese día, ya que de regreso me encuentro con el ultimo rezador de rosario, otro oficio caído en desuso y le pregunté por los entierros y me dijo: yo atendí los dos últimos “entierros de los Querubines” y recuerdo parte de los cantos que se acompañaban con “rabo de micho” como se conocía el Ravel; un violín de fabricación artesanal.

 

Más rápido que veloz me puse de acuerdo con Quique para que me cantara parte de lo que él recordaba.

 

El costo fue el mismo que para las maracas, con la diferencia de que ahora me solicitaron anís para aclarar la garganta.  Como acordamos, el domingo temprano llegó el rezador y yo con un curso acelerado para manejar la tecnología y poder grabar desde mi celular, empezó su ceremonia cantada, que era parte en español y parte en latín.  Un latín que yo no sé si los romanos lo podrían entender o  si el Vaticano lo aceptaría. “Pero es lo que había” y llevaba todo el sentimiento y la identidad de todo un pueblo al despedir a sus niños difuntos.

 

Que lo haya grabado, no estoy seguro porque aún no he podido recuperar lo que se intente grabar.  Yo lo intentaré nuevamente con otra media de anís si es necesario, este intento fallara, pero me siento feliz por lo logrado y poder escribir estas líneas para que sean testimonio de un hecho que le arrebatamos de las garras al olvido.

 

El tejido social de una comunidad se forma con las tradiciones, costumbres e incluso gastronomía de su gente, que los identifica como miembro de esa comunidad.

 

Chame es un distrito que está atravesado por la interamericana y muy expuesto a influencias foráneas por mar y por tierra.  Esto es bueno, pero debemos ser celosos de proteger nuestra identidad, porque es lo que nos une al resto de los coterráneos.

 

Si perdemos nuestra identidad, nos desdibujamos como comunidad; y eso no debe pasar.

Yo espero que este testimonio sirva para que otros investigadores del folclor complementen la información ya que encontramos dos testigos vivos que corroboran una costumbre caída en desuso pero que es parte de la identidad cultural del pueblo de Cabuya.

 

Ing. Blas Morán.

Nov, 2022.

 

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